Metáforas para aproximarnos a la escuela inclusiva
A continuación planteo dos metáforas que nos puede ayudar a entender nuestra propuesta hacia esa “otra escuela” más inclusiva, y cojo otra de Pére Pijolá.
Metáfora de los tipos de coches
Partiendo del supuesto de que las empresas de coches han de hacer posible que todo el mundo tenga acceso a adquirir uno, han diseñado “coches” para diferentes poderes adquisitivo. Todos ellos poseen, al menos, lo que es esencial para su funcionamiento y, a partir de ahí, se les va dotando de elementos deseables de tener “si el presupuesto lo permite”.
Nosotros, hasta ahora, hemos diseñado un solo modelo de “currículum”, igual para los diferentes presupuestos (aspectos cognitivos, motivacionales y sociales). Tenemos alumnado que lo “adquiere” y deja parte de su presupuesto sin utilizar. Tenemos otro alumnado que su escaso presupuesto lo gasta en “adquirir” piezas sueltas (adaptaciones de un currículo para presupuestos medios) que nunca llegan a “constituir lo que es un coche”, (conocimientos para saber afrontar y resolver las situaciones de la vida). Después de 13/15 años en un centro educativo no somos capaces de que “se lleve ni un utilitario para la vida”
Todo el alumnado tiene derecho a salir del “concesionario de formación” con, al menos, el “vehículo básico” que le permita ir por la carretera de la vida. Si le ve utilidad al vehículo del saber, seguro que se esforzará por adquirir otros más potentes… “aprendizaje a lo largo de toda la vida”. Pero todo ha de estar en el mismo concesionario, no en concesionarios diferentes.
Metáfora del supermercado:
Durante mucho tiempo existía un “supermercado grande (escuela ordinaria) para todo el mundo y “tienda especial para los especiales”.
Con la llegada de la integración (1985) sigue existiendo un supermercado grande para todo el mundo y apartados especializados para los especiales. Los “especiales, con poco presupuesto” están aproximadamente 1/5 del tiempo comprando en el apartado especial, el resto comprando en la tienda general…. Compran muchas cosas que no les van a servir. Acaban con anemia (fracaso escolar y riesgo de exclusión social).
Tendríamos que tener un supermercado grande “que sirva para todos”, con los productos etiquetados y categorizados, sabiendo los que son “imprescindibles” de comprar para garantizar un desarrollo básico adecuado y cuales son “deseables” para un desarrollo más completo.
Todos los dependientes está disponibles para ayudar y orientar en la compra. También existen dependientes especializados que ayudan.
Los clientes también conocen las etiquetas de los productos y se esfuerzan en garantizarse los “imprescindibles” y aspirar a los “deseables”, incluso a los de “ampliación”.
Así, a “los que tienen poco presupuesto” les facilitamos/garantizamos que adquieran lo que van a necesitar para desarrollarse, para vivir sin anemia, sin fracaso escolar y, por tanto, sin riesgo ni exclusión social.
Queremos que “todos” se lo estudien “todo”. Tenemos un único currículo y no todos los aprendizajes son igual de importantes para construir el edificio del conocimiento, ni todo el alumnado viene con el mismo “presupuesto”. Pero todos tienen derecho a “alimentarse lo más adecuadamente que puedan”, al menos para no tener “anemia” a lo largo de toda su vida. Nosotros tenemos la obligación de tener claro qué es imprescindible que se tome quien llega con poco presupuesto para minimizar el riesgo de la anemia formativa que lleva a la exclusión social.
Metáfora del invitado a cenar
Pere Pujolàs Maset, profesor de la Universidad de Vic en Cataluña, utiliza esta historia frecuentemente como marco de referencia para su análisis sobre la escuela inclusiva y el aprendizaje cooperativo, temática, esta última, en la que es experto. Puede encontrarse fácilmente en Internet como «la parábola del invitado a cenar».
«Un prohombre de una ciudad se encontró con un viejo conocido a quien no veía desde hacía mucho tiempo. El prohombre tenía previsto celebrar el día siguiente una cena con un grupo de amigos y amigas que también le conocían y que tampoco sabían nada de él desde hacía muchos años, y le invitó a cenar. El prohombre era buen cocinero y preparó una cena espléndida: entrantes variados, guisos de toda clase y un pastel con frutas confitadas. Todo regado con buenos vinos. El mismo día de la cena, cayó en la cuenta de que su viejo amigo –no recordaba demasiado bien el por qué- tenía que tener mucho cuidado con lo que comía y que seguramente nada de lo que había preparado con tanto cuidado le iría bien. Le telefoneó enseguida […] explicándole lo que pasaba, y le dijo que lo sentía mucho, que más valía que no fuera a la cena y que ya le avisaría cuando celebrara otra. Otro prohombre de la misma ciudad se encontró en la misma situación. También había preparado una cena espléndida para sus amigos y había invitado a un viejo conocido de todos con el que se había encontrado un par de días antes. La misma tarde de la cena, otro de los invitados le hizo caer en la cuenta de que, por si no se acordaba, el viejo amigo no podía comer de todo. El prohombre, que se había olvidado de ello, corrió a telefonear a su amigo para preguntarle si aún tenía el mismo problema y para decirle que no se preocupara, que fuera de todos modos, ya que le prepararía a él un plato de verdura y pescado a la plancha. Curiosamente, un tercer prohombre de la misma ciudad, también muy respetado, se encontró con un caso idéntico. Cuando ya lo tenía prácticamente todo a punto, se acordó de que aquel a quien había invitado a última hora […] tenía que seguir una dieta muy estricta. Entonces cambió el menú deprisa y corriendo: seleccionó algunos entrantes que también podía comer su viejo amigo, guardó los guisos en el congelador para otra ocasión e improvisó un segundo plato, también espléndido, pero que todo el mundo podía comer; también retocó el pastel, y en vez de fruta confitada le puso fruta natural. Llegada la hora de la cena, todos juntos comieron de los mismos platos que el anfitrión les ofreció».
Tenemos que “cenar todos juntos”, ya que hacemos algo más que comer, nos relacionamos, nos aproximamos cognitiva, emocional y afectivamente. En la escuela hacemos algo más que instruirnos. Nos hacemos amigos y nos construimos socialmente sin excluir, sin tener que segregar a nadie, “todos juntos”. Siempre será posible si confeccionamos la cena de forma adecuada para dar respuesta a la diversidad de todos. Es decir, si nuestro currículo está confeccionado con productos accesibles a todos.
Para profundizar:
Véase Guía para el “Diseño Universal del Aprendizajes” Traducción al español, Versión 2.0. Carmen Alba Pastor, Pilar Sánchez Hípola, José Manuel Sánchez Serrano y Ainara Zubillaga del Río. Universidad Complutense de Madrid, octubre 2013.